Zapata (1990) acota que el juego es “un elemento primordial en la educación escolar”. Los niños aprenden más mientras juegan, por lo que esta actividad debe convertirse en el eje central del programa. La educación por medio del movimiento hace uso del juego ya que proporciona al niño grandes beneficios, entre los que se puede citar la contribución al desarrollo del potencial cognitivo, la percepción, la activación de la memoria y el arte del lenguaje. Flinchun (1988) menciona una investigación en la que se reportó que entre el nacimiento hasta los 8 años aproximadamente, el 80% del aprendizaje individual ya ha ocurrido, y dado que en este tiempo el niño lo que ha hecho ha sido jugar entonces se debe reflexionar sobre el aporte que tiene el juego en el desarrollo cognoscitivo. Bruner refuerza esta teoría y expone que también contribuye al proceso memorístico (Bequer, 1993).
Por medio del juego, el niño progresivamente aprende a compartir, a desarrollar
conceptos de cooperación y de trabajo común; también aprende a protegerse a sí mismo y defender sus derechos.
El niño corre, salta, trepa, persigue. Estas actividades lo divierten y fortifican sus
músculos; por eso, también cuando se arrastra, se estira, alcanza objetos, patea y explora
con el cuerpo, aprende a usarlo y a ubicarlo
correctamente en el espacio.
Una de las razones por las cuales los niños deben jugar es para contribuir a su desarrollo físico. Sin darse cuenta, ejecutan un movimiento muchas veces hasta que lo dominan.
Con esta actitud el niño reafirma y repite un
movimiento sin cansarse hasta que este sea
perfecto, sólo por el gusto de realizarlo bien.
El juego, además de contribuir en su
desarrollo físico, también favorece su desarrollo cultural y emocional. Para el niño con
actitudes y conductas inadecuadas, tales como el mal manejo de la frustración, desesperación o rabia, el juego es una salida para liberar esos sentimientos.
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